domingo, 8 de marzo de 2015

Preguntas sobre la Belleza

He encontrado estas preguntas que alguien me debió hacer para una entrevista que he olvidado.
¿La belleza es un valor subjetivo, relativo al gusto?
La influencia de las categorías estéticas kantianas, junto a la evolución de las artes visuales tras la Primera Guerra Mundial y las vanguardias, nos han llevado a dar por sentado que la belleza es lo mismo que el gusto personal. Por tanto, una categoría subjetiva y cambiante, dependiente de las modas. La recuperación de la belleza como trascendental del ser en el que se da una ‘circumincessio’ —una comunicación ininterrumpida con el resto de los trascendentales (bien, unidad, verdad)— puede ser la senda hacia un descubrimiento de la realidad como don, como regalo. En ese sentido toda realidad deja traslucir la luz de la forma en la que resplandece el carácter creatural del mundo.
¿Puede un dibujo de un niño de cuatro años sobre su familia ser más bello que una obra de Caravaggio?
Esta pregunta se refiere al sentido analógico del concepto de “lo bello”. La belleza del dibujo del niño está vinculada a la mirada prístina e inocente –sabia- sobre el complejo mundo de sus afectos, emociones, sentimientos, etc. Es referencial respecto del amor que el niño recibe, o su ausencia; y su reciprocidad.
La belleza del cuadro de Caravaggio está vinculada a una perfección en la realización (a la imprescindible tekné), a la composición, el orden y la simetría internas, al tema y la conciliación perfecta entre fondo y forma.
La belleza es, como categoría ontológica, ‘analogia entis’: permite una gradación relativa, relacional, entre un más y un menos según el punto de referencia. El dibujo del niño y la obra del maestro son comparables como respuestas al don del ser, pero inconmensurables entre sí desde la perspectiva “artística”.
Al ser animales culturales nuestro lenguaje es simbólico. Por lo tanto ¿no existe la belleza natural fuera del rango humano?
La pregunta es equívoca. Nuestra respuesta a lo simbólico no depende sólo de nuestro carácter social, cultural: es previo porque es respuesta al Otro original. La percepción de la belleza natural es inaccesible fuera del ámbito de lo humano, aunque pueda haber respuestas en los animales superiores a ciertas formas de simetría o proporción, o de belleza sensible, en niveles muy rudimentarios. Parte de las consecuencias de la Caída, como explican algunos Padres de la Iglesia o C. S. Lewis, se manifiestan en este desorden en la percepción de lo bello no sólo en los animales, sino entre los seres humanos animalizados.
¿Cómo saber si algo feo es más hermoso aun que lo establecido como bello?
Volvemos a las categorías kantianas de lo bello como subjetividad. Lo feo puede serlo en diversos niveles que, en función del modo en que trasluzcan el esplendor del ser, podrán ser considerados “feos” o “hermosos”. La Cruz es la cumbre de esa paradoja en la que el “desecho de los hombres” al que se refiere Isaías se manifiesta como el más bello de los hijos de los hombres.
¿La belleza es accesible a los insensibles de corazón?
Siempre, toda vez que el don que Dios da no es retirado nunca, y en todo momento es redimible. La gracia es entregada para siempre y, aunque puede quedar oscurecida, permanece la fidelidad de Dios a la palabra dada, a la sanación de la naturaleza y, con ella, de las potencialidades para redescubrir y agradecer, para contemplar, para el silencio y las formas de humillación ante la potencia creadora de Dios y los hombres.
¿Qué respondería a la pregunta que Ippolit le dirige al príncipe Myshkin? (“El idiota”, F.M. Dostoyevsky)
 -¿Qué belleza es ésa que va a salvar al mundo?
¿Está de acuerdo con esa pregunta? Si es así, ¿por qué?
Me remito a la Carta a los artistas, de san Juan Pablo II, nº 19: el mundo será redimido por la Belleza, o no será. Hemos hecho tanto hincapié en el bien, en la verdad, que hemos dejado de lado –también en la iglesia católica, tristemente- la potencia de la belleza (no sólo artística) para llamar al hombre contemporáneo a una nueva contemplación del Don en el que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28).
En tanto en cuanto la Verdad no es una moral –aunque la implique y explicite-, no podemos seguir insistiendo en que el seguimiento de Jesús se ciñe a la práctica de unos preceptos. Por el contrario, es un modo de ser que se trasluce en una manera de mirar y estar en el mundo como criaturas libres que agradecen como niños que están ‘omni tempore, ludens [Deus] in orbe terrarum’ con nosotros. Tal es la fuente de la paz y la esperanza. De no ser así, el mundo no será, porque ha sido redimido ya en la belleza de la Cruz pero aguarda la acogida que depende de cada libertad personal. Y la libertad que es accionada por el amor abraza lo bello antes que un código moral, por pertinente y humano que éste sea.