viernes, 27 de febrero de 2015

Cuentos de Hadas y Des-encantos de Sabios


En una entrevista concedida al diario The Guardian en 2011, el célebre astrofísico Stephen Hawking negaba rotundamente la existencia de toda sombra de Más Allá, Cielo o destino ultraterreno. Para ello empleaba la descalificación que para él incluye el atributo “cuento de hadas”. En otras palabras, el Cielo es lo que el lenguaje cotidiano ha canonizado como uno de los significados de mito: una mentira, simple superchería.

Nuestra época es heredera directa de un modo de mirar el mundo con ojos chatos. La miopía consiste en dar por sentado que lo cotidiano es un “hecho” y, por tanto, algo incontestable: el “hecho” está ahí, y de su evidencia no se puede dudar mientras tengamos la garantía que nos proporciona un conocimiento cimentado en los métodos de la ciencia empírica. Existe un racionalismo radical que toma por rasero de lo “real” la categorización que procede de las ciencias experimentales. Y así, la convicción de que lo que no podemos percibir por nuestros sentidos carece de entidad y, más allá, es “mera fantasía”, se ha aposentado firme y engreídamente en el inconsciente colectivo. “No me cuentes cuentos” (chinos o no), o “la existencia de los ángeles es un mito” (es decir, una burda mentira), son muestras de un anatema —pues todo dogmatismo tiene su inquisición— que tilda de supersticioso al que cree que exista un plus, un más allá de lo que está (o parece estar) más acá.




El hecho de que una persona del calibre intelectual de Hawking —catedrático de Física y Matemáticas Aplicadas en Cambridge, y titular de un largo elenco de distinciones— crea firmemente (pues así creen los incrédulos ortodoxos: con fe inquebrantable) que el Cielo es una mentira, revela la pérdida progresiva de la inocencia y el asombro como puntos de arranque no ya de todo filosofar, sino del acto mismo de mirar el mundo. Asomarse a la realidad desde el acostumbramiento pervierte lo cotidiano en rutinario y, así, lo milagroso queda reducido a un dato que se da por supuesto: a algo que ya está garantizado. Sin embargo, el “hecho” de que el sol salga mañana —prescindiendo de la formulación exacta que requeriría la explicación “científica” de ese fenómeno—, no es algo que esté garantizado por nada ni por nadie. Se trata de un “hecho” acerca del cual la simple repetición no levanta acta: no es capaz de certificarlo —de confirmarlo como cierto—. El milagro, sencilla y llanamente, no es que salga el sol, sino que haya sol; y que un ser ínfimo en un minúsculo planeta lo pueda contemplar. Pero si todo milagro es un don, un regalo en el que podemos percibir que todo lo que es —más incluso: que el mero hecho de que haya ser, y no la nada— es fruto de un exceso, y que por eso mismo es inmerecido, lo lógico sería imitar al Principito y contemplar la puesta de sol cuarenta veces cada atardecer. De este modo se dan las gracias en la lógica del exceso; pues toda belleza ha sido entregada para ser disfrutada.

Al afirmar que el Cielo es un cuento de hadas, Hawking quería decir, imagino, que se trata de una mentira, de palabras bonitas (y vacuas) para expresar un miedo a la aniquilación, a lo desconocido, a la Oscuridad definitiva. Sin embargo, lo que Hawking llama “cuento” (con hadas o sin ellas), no es sino la huella del modo en que el ser humano se ha acercado a la esencia de la verdad desde el arcano de los tiempos. Porque todo buen cuento re-lata, es decir, vuelve a hacer presente un sentido de maravilla, de atávico asombro, que testifica que todo es don; que existe una verdad más allá de nuestro entendimiento, por avanzado, exacto y “científico” que éste pueda llegar a ser. El Cielo es verdad precisamente porque es el Mito por excelencia.

En ese sentido, entonces, lo que llamamos sobrenatural sería lo más natural del mundo: Dios, el cielo, los ángeles (y hasta las hadas) no son sino las formas en que el misterio y el exceso del don nos han sido entregadas. El lenguaje hermoso y los mitos son esa gramática mítica —en expresión de Tolkien— con la que contar, o más exactamente, dar cuenta de lo primigenio. Y lo primigenio es que, por más que nos pese, no somos autosuficientes, y nuestra razón no puede soportar el peso de tanta verdad como la que contiene un relato apasionante. Hemos cometido un error lógico: perder el sentido común de mirar el mundo con los ojos de los primeros habitantes de esta tierra, y hemos aspirado a poseerlo encerrándolo en nuestras pobres y pequeñas cabecitas, como si el milagro pudiese prescindir de la colaboración voluntaria de cada uno: de eso que llamamos fe, y que no es sino la permanencia de la infinita sabiduría del niño que todos fuimos; que también Stephen Hawking fue.



Para alguien acostumbrado a mirar las estrellas, quizá, la contemplación del cosmos como don milagroso podría ser un primer paso hacia una suerte de voluntaria suspensión de la incredulidad. Más allá, sólo el don abrazado libremente es capaz de transformar la mirada en el asombro del niño, el único realmente Sabio: porque el niño es capaz de quedar, una y otra vez, en-cantado, incorporado al canto eterno que resuena como el eco de una risa atronadora y alegre. ¿Cuentos de hadas? Por supuesto que sí: relatos acerca de una certeza prestada, que nos reincorporan a la Música arcana que no cesa de adquirir nuevas cadencias. La sinfonía aún resuena y se desarrolla en matices infinitos, y la clave en que fue compuesta se llama esperanza.

martes, 27 de enero de 2015

La lógica de la esperanza



El 28 de abril de 2012 apadriné a una de las últimas promociones de Filología Inglesa, en la Universidad de Granada. Me pareció que hablar de esperanza era algo más que adecuado en estos tiempos oscuros en los que, sin embargo, una luz tenue resiste y alumbra aun cuando parezca que todas las demás se han extinguido... Lo transcribo tal cual fue pronunciado.
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Ilustrísimo Sr. Decano, Señor director del Departamento de Filologías Inglesa y Alemana, querida madrina de la promoción, familiares y amigos, queridos alumnos:

Las circunstancias, siempre misteriosas, que se desvelan a nuestra mirada como en contraluz, trajeron a mi vida este año la inesperada y del todo inmerecida fortuna de convertirme en profesor de algunos de los que hoy estáis aquí. Lo considero, como todo lo que ha sucedido en mi vida —también aquello para lo que no encuentro explicación—, un don en sentido radical: el resultado de un exceso que nos es entregado para que lo custodiemos como mejor sepamos, para que seamos agradecidos por lo que nos es dado de continuo.


Por esa razón, entre otras, querría hoy que estas palabras llevasen a cada uno de los presentes —si fuese yo capaz de dar forma a tan audaz propósito— esperanza. Y si por rara fortuna nos fuese concedido ese presente, querría que el eco de estas frases —de la intención con que han sido escritas, al menos— resonase durante mucho tiempo en el hondón de vuestra memoria. Tal sería hoy mi “elevado argumento”, por emplear las palabras de Wordsworth, palabras con las que estáis familiarizados después de este tiempo de singladura por los sonidos y el terreno infinito de las metáforas del idioma Inglés y su literatura.

Ars longa, vita brevis, dejó escrito Hipócrates para la eternidad. Todo lo que emprendemos, si de verdad vale la pena, requiere la constancia, la dedicación y el esfuerzo que transformen la promesa incoada de un deseo, en un hecho, en algo permanente o, al menos, en el atisbo de una realidad convertida en aspiración, en motor, en anhelo.

Hace al menos cinco años que todos vosotros comenzasteis a recorrer, imagino que con ilusión, este sendero, el camino que os ha traído hoy aquí. Dentro de pocas semanas, estos muros que han sido testigos mudos de vuestro esfuerzo se transformarán en una fortaleza de ecos desvanecidos, en un lugar que custodiaréis en vuestra memoria, el sagrario donde guardamos lo bueno y lo malo, la alegría lo mismo que las lágrimas.

Os marcharéis de aquí cerrando una de esas etapas de la vida que marcan un antes y un después. Ante vuestros pies se desplegarán posibilidades a medio camino entre lo que queréis hacer y lo que podréis llegar a conseguir. Y es justamente en esta distinción donde me quiero detener: la diferencia entre la fuerza impulsora del afán y el deseo, por una parte; y el resultado, el saldo, la cuenta final, por otra. Nadie os podrá ofrecer nunca una foto fija de esta dimensión de vuestra vida, puesto que sólo in the making podréis alcanzar la sabiduría que requiere contemplar lo vivido y colocar cada hecho en su adecuada y justa perspectiva.

Por eso, no me resisto a emplear aquí la canción del camino que un autor a quien sabéis dedico lo mejor de mi esfuerzo, John Ronald Tolkien, pone en boca de uno de sus personajes más memorables. Son palabras que esconden un más que evidente sentido existencialista, pero del tipo “meliorista” que ha sido objeto de nuestro estudio en los últimos meses:

The Road goes ever on and on
Down from the door where it began.
Now far ahead the Road has gone,
And I must follow, if I can,
Pursuing it with eager feet,
Until it joins some larger way
Where many paths and errands meet.
And whither then? I cannot say.

El camino sigue y sigue
desde la puerta.
El camino ha ido muy lejos,
y, si me es posible, he de seguirlo
recorriéndolo con pie decidido,
hasta llegar a un camino más ancho
donde confluyen senderos y cursos.
Y de ahí, ¿adónde iré? No podría decirlo.

«No podría decirlo». Ninguno de nosotros sería capaz de hacerlo. Porque la vida no está hecha de logros. El logro, la compleción del deseo, es algo que sólo llega, en sentido pleno, con el tiempo, al final de una vida cumplida, quizá. Lo que ahora precisáis es un sueño. Lo irrenunciable es que encaréis esta nueva etapa de la vida con ánimo, esforzadamente, y que no prestéis oídos a los agoreros (una especie cuya testaruda vitalidad habría sorprendido al mismísimo Darwin), a la raza de los cínicos, a los “realistas” que piensan que todo está ya escrito, y que tan sólo queda rendirse a la “fuerza de los hechos”. En palabras de Whitman,

¡Oh, mi yo! ¡Oh, vida!, de sus preguntas que vuelven,
Del desfile interminable de los desleales, de las
ciudades llenas de necios,
De mí mismo, que me reprocho siempre (pues,
¿quién es más necio que yo, ni más desleal?),
De los ojos que en vano ansían la luz, de los objetos
despreciables, de la lucha siempre renovada,
De los malos resultados de todo, de las multitudes
afanosas y sórdidas que me rodean,
De los años vacíos e inútiles de los demás, yo
entrelazado con los demás,
La pregunta, ¡oh, mi yo!, la pregunta triste que
vuelve —¿qué de bueno hay en medio de estas
cosas, oh, mi yo, oh, vida?—

Respuesta

Que estás aquí —que existen la vida y la identidad,
Que prosigue el poderoso drama, y que tú puedes
contribuir con un verso.


Queridos amigos, la esperanza es lo mejor de todo, nunca lo olvidéis. Cada uno de vosotros, todos nosotros, poseemos el don de hacer posible lo que tracemos como plan de una vida, como ansia de una plenitud. En los pasos que conformarán vuestra existencia de ahora en adelante, habréis de apostar. Es posible, incluso, que os veáis abocados más de una vez a lanzaros al vacío —o a algo que se os antojará un abismo, y que quizá lo sea— para seguir adelante. Que nada de eso os detenga. La justificación de vuestra vida no depende del éxito, de lo que los demás consideren que es el éxito; y ni siquiera de lo que vosotros mismos consideréis que lo es. Una vida cumplida no es un brillante currículum. A menudo los currículos brillantes esconden mentes mezquinas, y la sabiduría no siempre va de la mano de la sensatez, de la humildad, de la necesidad de saber quiénes somos exactamente, de descubrir nuestro propio rostro en el espejo del sentido común.

Dejaos aconsejar, pero tomad vuestras decisiones. Sed prudentes, pero sed audaces. Mirad lejos, pero tomad en cuenta el hoy, el ahora. Soñad despiertos, pero con los pies en el suelo y la cabeza en el cielo. Per aspera ad astra: a través de las cosas duras de la vida, aspirad a la gloria o, al menos, a la felicidad que sólo se halla en el servicio a los demás —en especial si escogéis la enseñanza como camino de vuestra realización—.

Esperanza. Ése es el núcleo de todo lo demás. Y sólo espera (con esperanza) el que sabe que no se basta a sí mismo, que no está solo, que cuenta con otros naipes para construir el castillo frágil y hermoso en que consiste un proyecto de vida.

No dejéis que la mediocridad se enseñoree de vuestras vidas. No permitáis que el destino os mire con mueca burlona, como a derrotados. Y venced toda sombra de pesimismo con la fuerza de vuestro impulso.

Concluyo. La suerte no existe, al menos en mi experiencia. Así que no seré tan fatuo de terminar estas consideraciones con el tan manido “buenas tardes y buena suerte”. Vosotros y los que os quieren haréis vuestra propia suerte. Llevadle ese pulso al destino, extraed “a la vida todo el meollo”, con todas las consecuencias, y sabed esto: que “por encima de las nubes cabalga el sol”.

Siempre.

Muchas gracias.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Castidad y política

No estoy seguro de que el mundo horizontal y hostil a las jerarquías que emergió, reptando y arrastrándose como un herido de muerte de las trincheras de la Gran Guerra, represente exactamente un "avance" en sentido estricto. Lo tangible es una burda anarquía de corte utilitarista, pragmática y lerda, que pone todas las opiniones, juicios de valor y cualquier tipo de "criterio" en el mismo plano. La democracia como mal menor, como el "mejor de los sistemas posibles", es el más engañoso que existe: vende igualdad sin sumisión, equidad sin obediencia, jerarquía sin jerarcas, soberanía sin soberano, y sin pueblo. La democracia es demagogia. Vende humo, pero humo tóxico.


Exigimos respeto, un consenso respecto de ciertos "valores" intocables, mientras afirmamos que todo es relativo (menos, paradójica y reveladoramente, esa afirmación, que se erige como dogma de la modernidad), y que si existe algún tipo de verdad (aunque la verdad habría quedado enterrada en alguna fosa común indeterminada entre 1914 y 1945), es negociable y debe ser aprobada -validada ontológicamente- por la mayoría.

La tragedia es que no somos sino seres humanos. Y estamos recibiendo la medida exacta de nuestra bobalicona confianza en "el sistema" mientras perdemos, día a día, momento a momento, la fuerza y el vigor que requiere el pensamiento crítico, la resistencia argumentada, la huida de los eslóganes y los títeres de la fama política que gritan desde sus palestras que ellos son los nuevos mesías.

¿Aún creemos que la redención de las naciones vendrá a través de la política, multinacional o local? ¿Será cierto que todavía somos tan ilusos? El sistema ha sido elaborado para generar espejismos que parecen reales, toda vez que ya no tenemos la mirada educada para ver venir las tormentas que hace tiempo se ciernen sobre nuestras cabezas, y plantarles cara por caminos que no son los de la economía, ni los de los partidos (las facciones), ni las huelgas, las manifestaciones, el ruido y la lamentación tan continuas como estériles.

La política verdadera -la que es verdad y, por tanto, se traduce en hechos verdaderos- comienza en el oikós, en el hogar: es familiar. Ni colectiva, ni anónima, ni limitada ni multinacional. Si la pólis moderna no tiene sus cimientos cohesionados por la amistad y las diversas formas de 'fraternitas' entonces, simple y terroríficamente, no será. La 'auctoritas' romana era y es superior a la 'potestas' y, por eso mismo, mientras no haya vidas ejemplares que guíen en el hogar y en la ciudad y en las instancias intermedias al próximo (al prójimo, intuyo), no tenemos derecho (no, no lo tenemos) a esperar una redención profana en paraísos intramundanos que son tan imposibles como indeseables: no son distopías, sino miopías que derivan en ceguera.

La democracia funciona en la medida en que la casta es capaz de ser casta, porque sin castidad la política deviene simple prostitución de todos con todos, concupiscencias del control, cambios de cama en función de veleidades y caprichos, orgías de poder y, en general, promiscuidades enfermizas que, si bien pueden no ser seropositivas, siempre acaban por ser socio-negativas. La política es un arte imprescindible: como todo arte, requiere una tekné, un saber hacer humilde. Como todo lo imprescindible exige una prudencia demasiado tardía en la vejez, y una sabiduría desconocida en la juventud. Porque quien no sirve con el poder acaba sirviéndose de él, de (mala) suerte que quien debía ser ministro (del latín 'ministrare', servir) se transforma en déspota, oligarca, dictador, un simple que lidera a otros simples y un ciego que apacienta a todos —él incluido— mansa o revolucionariamente, rumbo al hoyo de la desesperanza.

martes, 12 de agosto de 2014

"Entender la poesía", por Robin Williams, doctor en Filosofía




Hay dos películas únicas para mí, por el impacto y el momento concreto en que llegaron a mi vida: "La guerra de las galaxias" y "El Club de los poetas muertos". La primera me enamoró del Cine siendo un niño de diez años; la segunda alumbró aun más, "como un relámpago en un cielo claro", mi camino y vocación para llegar a ser profesor mientras ya me encontraba en la universidad.

Durante años me resultó imposible imaginar a Robin Williams en otro papel que no fuese el del querido profesor John Keating. Encarnaba, más allá de los defectos y errores que cometía como maestro e inspiración, un ideal de vida, una manera de percibir la realidad, un modo de entender la educación como tarea que debe servir al alumno para avanzar por la existencia con dos convicciones: 1. La vida propia es única y el tiempo es breve. 2. No se puede medir la belleza, porque el mundo es demasiado profundo, complejo y sencillo como para explicarlo en un soneto, en un cuadro, en nada que no sea el Infinito mismo.

Con el tiempo, los años, la experiencia y mis propias limitaciones, observé en esa película —que habré contemplado cerca de un centenar de veces— los defectos de Keating como profesor bajo luces nuevas, matizadas. Sobre todo, el modo en que el carisma es arma de doble filo, en especial cuando los alumnos son un público tan impresionable como bisoño, tan impetuoso como imprudente. Pero siempre permaneció la convicción de que profesores como Keating son lo que hace falta: personas capaces de levantar la mirada y el espíritu de otros, de ayudar a contemplar la belleza y aspirar a nombrarla ("No digan triste; digan... ¡vamos, señor Overstreet, lo sabeee!: ¡Eeeexacto!: ¡Taciturno!"), desafiando en duelo singular al Desánimo, al Cinismo y al Riesgo que implica formar librepensadores: personas capaces de hacer de sus vidas algo extraordinario.

Con el paso de los años Robin Williams ha formado parte de nuestras vidas. Con suerte dispar en cada cinta —cada uno podrá señalar las películas que le han gustado más, menos o nada—, para mí hay cuatro imprescindibles: "El Club de los poetas muertos", "El indomable Will Hunting", "Despertares" y "El rey pescador". Curiosamente, películas dramáticas en las que RW interpretaba a personajes alejados de cualquier tipo de histrionismo o exceso. Será que soy un tipo serio.

O será que él era un hombre cuya alma era tan grande, su espíritu tan insaciable, su vida tan incomprensible para él en su propia y creciente soledad, que no le quedaba otro remedio que construir una maraña de máscaras con las que esconderse mientras buscaba su propio rostro. Ése que ahora mira cara a cara a Dios, recibiendo el abrazo que pone fin a los sufrimientos de algunos para quienes este mundo no es accesible, y debe ser hecho habitable por una suerte de encantamiento: ése que provee el Arte.

Porque "eternamente resuena por todo el Universo el grito del artista: ¡dejadme hacer todo aquello de lo que soy capaz!".


Ha muerto mi capitán. Y aunque cuento con la esperanza, estoy triste; muy triste. No sabía que era alguien tan importante en mi vida -en mi alma-. No recuerdo una sola de mis conferencias, y muchas de mis clases, sin haber hecho referencia expresa a Keating, a alguna secuencia concreta, o citado de memoria un diálogo agudo y pertinente. Con todo, cuando pienso en Robin Williams como John Keating, lo veo como el ser solitario que presenta la película: amigo sólo del profesor de Latín, condenado por el rígido sistema de la Academia Welton a un cierto ostracismo tácito, y como chivo expiatorio; y recluido en un breve espacio que "es parte del juramento monástico", acompañado por una foto de una esposa alejada y unos recuerdos de un enclenque muchacho a quien lanzaban libros de Byron a la cabeza antes de ser el gigante intelectual que procuraba pasar las veladas extrayendo todo el meollo a la vida en compañía de los grandes: Shelley, Whitman, Thoreau, ¡los románticos!

Ha muerto mi capitán y, al igual que el viejo tío Walt hiciera con Abraham Lincoln, hoy hago que resuene "mi bárbaro gañido sobre los techos del mundo". Descanse en la paz de Dios, para siempre:

"O Captain! my Captain! rise up and hear the bells;
Rise up—for you the flag is flung—for you the bugle trills,
For you bouquets and ribbon’d wreaths—for you the shores a-crowding,
For you they call, the swaying mass, their eager faces turning."



 ¡Oh Capitán!, ¡mi capitán!

Oh Capitán, mi Capitán:
nuestro azaroso viaje ha terminado.
Al fin venció la nave y el premio fue ganado.
Ya el puerto se halla próximo,
ya se oye la campana
y ver se puede el pueblo que entre vítores,
con la mirada sigue la nao soberana.
Mas ¿no ves, corazón, oh corazón,
cómo los hilos rojos van rodando
sobre el puente en el cual mi Capitán
permanece extendido, helado y muerto?
Oh Capitán, mi Capitán:
levántate aguerrido y escucha cual te llaman
tropeles de campanas.
Por ti se izan banderas y los clarines claman.
Son para ti los ramos, las coronas, las cintas.
Por ti la multitud se arremolina,
por ti llora, por ti su alma llamea
y la mirada ansiosa, con verte, se recrea.
Oh Capitán, ¡mi Padre amado!
Voy mi brazo a poner sobre tu cuello.
Es sólo una ilusión que en este puente
te encuentres extendido, helado y muerto.
Mi padre no responde.
Sus labios no se mueven.
Está pálido, pálido. Casi sin pulso, inerte.
No puede ya animarle mi ansioso brazo fuerte.
Anclada está la nave: su ruta ha concluido.
Feliz entra en el puerto de vuelta de su viaje.
La nave ya ha vencido la furia del oleaje.
Oh playas, alegraos; sonad, claras campanas
en tanto que camino con paso triste, incierto,
por el puente do está mi Capitán
para siempre extendido, helado y muerto.

Walt Whitman

miércoles, 16 de abril de 2014

Ateísmo: ¿honestidad o burdo anticlericalismo?


Después de releer la autobiografía de Clive Staples Lewis, 'Surprised by Joy', me apetecía escribir una reflexión sobre el ateísmo. Coincidió, además, con un momento en que facebook hervía con las iras y los venires de Savonarolas y fustigadores de la clerecía; y mi interior también.

Uno de los capítulos de "Cautivado por la Alegría" —que así de mal se tradujo al español, no sé por qué— se titula 'El gran Knock'. Trata sobre el que fue tutor de Lewis, el radical "aldabonazo" (ése es el ingenioso juego de palabras) que despertó para siempre en el joven pupilo de mente ágil y pendenciera la gran arma: la honradez intelectual a cualquier precio. El señor Kirkpatrick poseía una fría mente lógica y racionalista, analítica e inexpugnable ante cualquier argumentación débil. Subrayo "argumentación", porque es lo que falta en las diatribas de los modernos progres, más o menos culturetas, que consideran clausurado el tema desde Kant y Nietzsche, mientras cada nueva generación se sigue formulando las mismas preguntas con distintas respuestas. Otros ateos, más sencillos y grandes (¿simplemente verdaderos?), dejan de lado lo "archisabido", y se zambullen con audacia en las procelosas aguas donde habita Dios, ese Náufrago.

Dice Lewis:
Tras decir que era ateo me apresuro a añadir que era "racionalista", a la usanza del antiguo, elevado y seco siglo XIX. Porque el ateísmo ha descendido en el mundo desde aquellos tiempos, se ha mezclado en política y ha empezado a hundirse en el fango. El donante anónimo que ahora me envía revistas en contra de Dios espera, sin duda, herir al cristiano que hay en mí, pero en realidad hiere al exateo. Me avergüenza que mis antiguos compañeros y (lo que importa más) los antiguos compañeros de Kirk, se hayan hundido en eso en que están ahora (...). En la época en que yo lo conocí, el combustible del ateísmo de Kirk era fundamentalmente de un tipo antropológico y pesimista (...).
Jamás atacó la religión en mi presencia (...).
En 2010 cursé un máster de Filosofía Contemporánea. Uno de los cursos fue impartido por un profesor rabiosamente anticlerical y burdamente carente de preparación como docente. Las sesiones con él se limitaban a exabruptos contra tal o cual obispo, y a una defensa numantina ante un público en el que los apóstatas eran mayoría, de la idea de que su postura era laical, no laicista. Fue homérico. Reconsideré entonces a menudo, como lo había hecho desde mediados de la década de 1980, la grave confusión, a medio camino entre la mera ignorancia y la mala fe (sic) sobre este tema: atacar y escupir sin otro argumentario que el interminable catálogo de las miserias de ese o aquel cura, de aquel obispo, o mías. Nunca las vigas en el ojo propio; sólo armas empuñadas con razones manchadas de la viscosa mezcla de prejuicios e ideologías variadas, todas intelectualmente tan endebles como el abrazo de un bebé, pero sin su vinculante fortaleza.

Hace falta mucha honradez para ser ateo. Afirmarlo de uno mismo requiere haberse medido, y medirse cada día, con las preguntas radicales. De suerte que ser ateo no es un estado permanente: para ser coherente, debería serlo el estado de búsqueda, de pregunta, de imprecación, de ruego y dolor, como el que llevó a John Henry Newman a aprender griego para leer a los Padres de la iglesia en su idioma original, y ver si tenían o no razón; a Chesterton a dejar mediar veinte años entre su decisión y el momento de su bautismo; a Evelyn Waugh a sus ires y venires; a Lewis a estudiar sin tregua... Porque creer no es cuestión que se resuelva en mero voluntarismo. No es sólo querer creer, sino (y sobre todo) aceptar un don, o rechazarlo. La fe es el sagrario donde se citan la Libertad de Dios y la de cada uno. Por eso es ateo el que lo sigue siendo A PESAR de haberse y haber vuelto sobre quién es, y no qué es Dios; el que se enfrenta sin hipocresía, con realismo, a la pregunta sobre qué diferencia las limitaciones y pecados de uno u otro, de la verdad y su búsqueda; sobre qué distancia media entre la honradez y la fácil acusación ante los límites y las miserias, ¡tan obvias!, de todos.

Querido ateo: las tuyas también.

jueves, 10 de abril de 2014

De franquicias sin franqueza

 
Un día cualquiera, en un Burger King, a esa hora en que empieza a haber aluvión de clientes. Sirven dos personas; una de ellas atiende sólo el Auto King. La otra está sola en el mostrador, y no se maneja muy allá: es lenta, y es posible que no muy experta. El encargado, simplemente y sin mala fe, "pulula". Hacemos el pedido tras una excesivamente larga espera a falta de una mínima diligencia. Cuando lo sirven, tras otro tanto, faltan muchas cosas, y se han servido otras por error en cantidad o contenido.

El buzón donde se puede emitir la valoración del servicio que, de manera ridícula, se limita a sendas ranuras para el verde o el rojo, está colocado en un lugar donde es imposible una mínima intimidad. El voto, además, es un tique sin lugar para matizaciones, sugerencias de mejora o comentario alguno.

Las personas que nos han atendido, se nota, no han sido formadas para esa tarea. Se ve que tiene más buena voluntad que capacidad, y que han sido contratadas más que posiblemente según criterios que nada tienen que ver con un servicio público, sino con el interés del franquiciado.
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Así que decidí no depositar mi triste tique de voto: porque lo más probable es que al aparecer en la casilla roja, sin paliativos, se aplicase un injusto pescozón a los camareros y no, como es y fue mi deseo, al jefe. Así que tomamos nuestros menús con más pena que gloria; y se perdió la enésima oportunidad de mejorar siquiera un poquito.

Al menos tiramos nuestra propia basura en las papeleras.



miércoles, 9 de abril de 2014

Noé: ¿por qué una enmienda a la totalidad?


El sábado fui a ver 'Noé'. Desde entonces he leído ya varias veces esta lista de defectos de la película; lista que, a mi juicio, carece de una mirada más amplia sobre el contexto. Como suele ocurrir, tristemente, se ha juzgado la película con la Biblia en la mano y sin ir al fondo de algunas cuestiones clave. Esta actitud provoca en mí una ya habitual sensación de pena al contemplar cómo, cada vez que una manifestación artística pone en el horizonte la fe cristiana lato sensu -desde el ángulo que sea, no sólo moral-, hay puristas dispuestos a apalear al errado, o a dar con la Biblia en la cabeza de alguien. Acción-reacción. Casi nunca una visión estético-teológica de la realidad. Y así nos va.

No creo que esa lista de verdades —si comparamos el guión con el texto de Génesis, capítulos 6 a 10— haga naufragar (sic) la película. A mí me ha gustado; bastante, de hecho. Pienso que ofrece una visión más que interesante de una época en que la genealogía de la moral no era la que damos por supuesta hoy día -aun los ateos, a menudo sin darse cuenta- en lo relativo a los vínculos del ser humano con Dios, la noción de 'justicia', los límites de la obediencia y el significado profundo del pecado; o la ternura, la "inocencia" y el respeto a la vida. La película navega con acierto las más de las veces evitando la obvia y permanente amenaza del anacronismo (algo nada habitual en Hollywood). El estadio evolutivo de los animales, su carencia de protagonismo (tan pronto como entran en el arca son dormidos: ¡genial!), la apariencia del cielo, los paisajes desolados, la propia forma del arca, ajena a cualquier diseño estándar: un simple paralelepípedo; Adán y Eva como seres luminosos, o el fruto prohibido como un corazón que late... Muchos aciertos como para despacharlo todo desde la lista de "noes". Muy interesante, al respecto, pensar que Aronofsky es un hombre de origen judío, y que ha manejado fuentes diversas; y que -para mí lo mejor de todo- plantea un problema moral de fondo tan peliagudo como permanente: hasta qué punto Dios puede o no hacer según qué cosas, y de qué modos diversos y radicales (de raíz) el hombre le debe obediencia.


Para saber más: http://www.jkdoyle.com/the-noah-movie-and-its-sources/...