lunes, 23 de octubre de 2017

La haka y el contexto

El pasado 20 de octubre fueron entregados los premios Princesa de Asturias. En esta ocasión, el galardón correspondiente a la categoría de los Deportes recayó en la selección neozelandesa de rugby, los célebres All Blacks.

Mientras veía la ceremonia en la televisión, meditaba sobre lo curioso de las reacciones que su danza provocó. Quiero pensar que se trató de la respuesta también emocional (o quizá, solamente emocional) a un ritual cuya raigambre, sentido y alcance se nos escapa. La danza de los All Blacks parecía más que nunca fuera de contexto sobre el escenario del Teatro Campoamor. Sin embargo, cabe preguntarse si efectivamente lo estaba.

La haka es una danza maorí cuya finalidad abraza desde la amenaza y el desafío antes de la batalla, al agradecimiento y el agasajo del huésped. Se trata, por tanto, de una liturgia vinculada a un sentido cierto y profundo del carácter sagrado de la vida y la muerte en una perspectiva muy amplia, bella y llena de misterio.

En el pasado hemos tenido ocasión de ver la reacción de absoluta ignorancia ante este desafío y, por tanto, su desprecio, por parte de la selección estadounidense de baloncesto. La reacción de los rostros en Oviedo durante la entrega de los Premios Princesa de Asturias, desde los reyes al más pintado, evidenciaba que el contexto permite o impide un acercamiento al carácter profundo de la realidad: una comprensión del mero hecho más allá del instante. Las sonrisas o el azoramiento fueron, una vez más, signo de que vivimos en un mundo cada vez más desacralizado, lato sensu.

La televisión y la premura de la "actualidad" privan de casi todo significado a lo que acontece. Quizá, precisamente, porque acontece y no perdura, ya que lo peculiar de la permanencia es su capacidad para trascender lo momentáneo: no se trata de meros sucesos, como a menudo parece ocurrir cuando la narración de las noticias coloca todo en el mismo plano de importancia, la muerte junto a un pase de modelos, un gol al mismo nivel que el mero número de muertos en accidentes de tráfico. Dramatismo, estupidez y superficialidad de la mano.

En estos tiempos de tan cacareada globalización, me pregunto hasta qué punto lo más sobrecogedor es burdamente transformado (y deformado), hasta devenir un simple souvenir, fast-food que se nos indigesta por un abotargado sentido occidental del divertimento y la distracción, donde la vulgaridad surge de estar al lado de lo sublime y no darse cuenta, en frase del genial Chesterton. Porque la plenitud del significado vive escondida en la metáfora, en la polisemia que permite comprender y recordar, agradecer plenamente y acceder, siquiera por un instante, al misterio.