lunes, 15 de julio de 2019

Pasatiempos de cuentacuentos y chistes de filólogos


Vita Sackville-West como origen de Lobelia Sackville-Baggins



(…) peccaui, fateor: uincor. Nunc hoc te obsecro, / quanto
tuos est animu’ natu grauior, ignoscentior, / ut meae stultitiae in iustitia
tua sit aliquid praesidi
—Terencio, Heautontimoroumenos, 644-646



Cualquier lector de El Señor de los Anillos recuerda bien a los avariciosos parientes de Bilbo y Frodo, Otto y Lobelia Sacovilla-Bolsón. En la senda de la mejor tradición dickensiana, Tolkien inventó una galería de secundarios perfectamente caracterizados por el binomio que forman las palabras y los modos de obrar de los personajes; lo que Aristóteles llamó praxéos mímesis[1]. En su forma original, el apellido "Sackville" ha sido objeto de una breve pero provocadora atención por parte del profesor Thomas A. Shippey[2]. En efecto, este gentilicio, que remite a una forma afrancesada —por tanto, no autóctona de Inglaterra[3]— sólo es objeto de análisis dos veces en el imprescindible ensayo The Road to Middle-earth, donde se lo considera “una anomalía” en lengua inglesa y, sobre todo, un juego conceptual, tan del gusto de Tolkien. Dicho de otro modo, es un chiste de filólogos metidos a cuentacuentos.

Pero, ¿cabría ir un poco más allá? En estas breves líneas aventuraré mi propia hipótesis. Una propuesta diletante para el perezoso tiempo estival.

***
En un breve artículo publicado en 2017, Verlyn Flieger considera que el apellido ‘Sackville-Bagginses’ es, en su primera mitad, “a nod to Bloomsbury aesthetes”[4]. Pero, ¿qué y quiénes eran estos estetas de Bloomsbury? El Círculo de Bloomsbury fue un grupo heterogéneo en cuanto a la dedicación profesional de sus miembros, que compartían el desprecio por la religión, la moral victoriana y el realismo, con su ideología liberal concomitante, y que como bloque ideológico defendía un humanismo de tejas abajo donde predominasen la importancia de las relaciones personales y la vida privada. En el ámbito social propugnaban el rechazo de los hábitos burgueses y la búsqueda del placer personal. Por último, en la esfera política mantenían posiciones izquierdistas y beligerantemente feministas, y en cuanto a las artes plásticas preferían la forma significante tal como la entendió el postimpresionismo.

El círculo de Bloomsbury estuvo integrado por Virginia Woolf, Clive y Vanessa Bell, Edward Morgan Forster, Roger Fry, John Maynard Keynes, el famoso economista, Desmond MacCarthy, Duncan Grant, Lytton Strachey y Leonard Woolf.

A menudo se ha hecho hincapié en las radicales diferencias entre este grupo y aquéllos a quienes se ha dado en llamar los cristianos de Oxford, los Inklings[5]. Mi objetivo aquí no es entrar en el análisis de la raíz de esas profundas discordancias (pues eso fueron), sino tan sólo detenerme en una anécdota que puede arrojar cierta luz sobre el personaje de Lobelia Sackville-Baggins, a modo de hipótesis nada seria.

Sabido es que Virginia Woolf estuvo enamorada de Vita Sackville-West, una aristócrata que en el momento de conocer (y corresponder) a la célebre escritora, ya había alcanzado cierta notoriedad no sólo en el ámbito de la alta sociedad británica, sino también como novelista, poetisa y diseñadora de jardines[6]. Es digno de mención, a este respecto, el maravilloso jardín de Sissinghurst Castle, la así llamada Knole House que los antepasados de Vita habían recibido (y heredado de generación en generación) de la mismísima reina Isabel i. Vita y su marido lo habían diseñado para su apertura al público, y Virginia Woolf se inspiraría en su visita a este magnífico lugar, y en su anfitriona, para redactar su novela Orlando. A Biography, publicada en 1928. Era notoria, también, la atención casi maniática que Vita Sackville-West dedicaba a los mínimos detalles que atañían al cuidado de la casa. Entre otros, la plata.


Parece plausible hasta cierto punto que Tolkien conociese estos ecos de sociedad. 1928 es, además, un año clave para la subcreación tolkieniana: lee Poetic Diction, una obra publicada ese mismo año por otro inkling, Owen Barfield, que —según reconoció el propio Tolkien— cambiaría radicalmente sus ideas sobre el valor de la metáfora como constituyente de sentido, como elemento constructor de mundos posibles. Esas nuevas ideas sobre la metáfora y la palabra (mito)poética aparecen ya en The Hobbit, en especial en la escena en que Bilbo baja por primera vez al cubil de Smaug y se queda literalmente sin palabras ante la visión que se despliega ante él[7].

Cuando, a la vista del éxito de ventas, los editores pidan a Tolkien una continuación para The Hobbit y él no sepa inicialmente cómo proseguir, comenzará una fase primitiva (una especie de período ur-) de redacción de lo que llegará a ser The Lord of the Rings. A mi juicio, este período abarca desde septiembre de 1937 a la primavera de 1938. Durante esos meses Tolkien barajó posibles líneas de evolución argumental que se plasmaban en un viaje de huida de Hobbiton, pero sin un rumbo claro[8]. La raíz de esa desorientación tenía que ver con un hecho simple pero radical: por entonces Tolkien desconocía aún que el anillo de Bilbo era en realidad el Anillo de Sauron. Por tanto, echó mano de personajes, situaciones argumentales y atmósferas que constituían lo que en otro lugar he llamado sus “creaciones de ámbito doméstico”, y que abrazan el arco temporal comprendido entre 1920 y 1937: desde Bombadil a Gollum[9].

En este preciso contexto, la semejanza entre Vita Sackville-West y el personaje de Lobelia Sackville-Baggins podría proceder de un simple juego semántico lleno de ironía y ágil sentido del humor: una heredera despechada que, en vista de que no va a poder tomar posesión de Knole House/Bag End (Bolsón Cerrado, el cul-de-sac, la villa en el callejón sin salida que será el hogar de Frodo), rebusca en los cajones las migajas herrumbrosas de una herencia: la colección de cucharas de plata que Bilbo ha dejado como regalo para ella con toda la intención del mundo, como un amable tirón de orejas, como una broma entre familiares hobbits.

Obrando así, con esta broma filológica salida de la mente de un cuentacuentos genial, que conocía perfectamente el lenguaje porque “había estado dentro” de él —como afirmaría años después Clive Staples Lewis—, aventuro que Tolkien estaba tomando el pelo también a aquellas personas del círculo de Bloomsbury en quienes confluía un elenco de visiones antitéticas, tanto de la vida como del arte, en profundo contraste con las que servían de common ground para los Inklings.

Si tenemos en cuenta que Tolkien era persona muy bien informada, que estaba al día de la actualidad política, nacional e internacional del momento —como atestigua su afición a la radio (sobre todo durante los años de la ii Guerra Mundial) o sus periódicos, a menudo el soporte donde diseñaba sus heráldicas imaginarias—, ¿por qué no aceptar como posible que en esas mismas páginas hubiese leído las crónicas de sociedad de la época, antes o después de resolver los crucigramas y las sopas de letras, y que viese en Lobelia un modo de dar salida a una creatividad escapista subliminal, por llamarlo de algún modo?

La risa como catarsis, la subcreación como dulce “venganza” o, mejor, como forma artística de quitarse (y de quitar) importancia a lo que carece de ella.




[1] Aristóteles, Poética 1449b24, ó 1450a3-4, entre otros. Madrid: Gredos 1992. Trad. de Valentín García Yebra.
[2] T.A. Shippey, The Road to Middle-earth. London: George Allen & Unwin 1982. (Edición en español, El camino a la Tierra Media. Barcelona: Minotauro 1999). He citado las referencias al término ‘Sackville’ siguiendo la edición revisada, Boston: Houghton Mifflin 2003, pp. 72 y 96. En la edición española esas referencias corresponden a las páginas 96 y 120. En ambos casos la explicación del autor se centra en el sentido etimológico y semántico del término, para desarrollar la idea de que, en el hiato entre la publicación de The Hobbit y la redacción inicial de The Lord of the Rings, la imaginación de Tolkien estableció las líneas de fuerza del argumento a partir de la elaboración de los gentilicios de la Comarca como juegos conceptuales sutiles y divertidos.
[3] Es decir, una lengua cuyas raíces había que buscar antes de 1066. A partir de la invasión normanda el anglosajón experimentaría un progresivo “afrancesamiento”, al menos hasta el renacimiento del inglés impulsado por Chaucer o Langland en el siglo XIV. Sabido es que Tolkien prefería el anglosajón al resto de los estadios evolutivos del inglés —desde luego, al inglés moderno—, y que sus profundos conocimientos de la historia de ese bello idioma, su connaturalidad stricto sensu con el inglés antiguo, lo empujaban amablemente a escoger la más arcaica de las formas posibles de decir o escribir un término.
[4] V. Flieger, “A Note on a Name”, en Mythlore vol. 36, nº 131 (Fall 2017) pp. 204-207: https://search.proquest.com/docview/1977272817?pq-origsite=gscholar (consultado en julio de 2019).
[5] Además de los excelentes estudios de Chesterton sobre los estetas, en libros diversos, y que incluyen sus biografías de artistas y escritores de su época (A Handful of Authors, por ejemplo), existe una bibliografía abundante y digna de estudio a este respecto: P. y C. Zaleski, The Fellowship. The Literary Lives of the Inklings. New York: Farrar, Straus and Giroux 2015; D. Glyer, The Company They Keep. C.S. Lewis and J.R.R. Tolkien as Writers in Community. Ohio: The Kent State University Press 2007; M.P. Farrell, Collaborative Circles. Friendship Dynamics & Creative Work. Chicago: The Chicago University Press 2001; o C. Duriez, The Oxford Inklings. Lewis, Tolkien and Their Circle. Oxford: Lion Books 2015. Han sido publicados también artículos en revistas especializadas; pero los citados son, hasta donde llega mi conocimiento, los libros en los que esta relación más bien dialéctica es tratada en el contexto de la visión de ambos grupos (si es que la había, y si es que los Inklings eran algo más que un grupo de amigos) sobre la belleza y la vida.
[6] Es bien conocida la sólida preparación que Tolkien poseía en cuestiones de botánica. ¿Será el nombre “Lobelia”, una hermosa flor azul perteneciente al género de las lobeliáceas o de las campanuláceas, otro guiño literario a esta aristócrata? Probablemente no. Pero recuerde el lector que esto es tan sólo un juego filológico, y sea compasivo.
[7] Cfr Cartas de J.R.R. Tolkien, (H. Carpenter y C. Tolkien, eds). Barcelona: Minotauro 1991, n. 15, p. 32. Es lógico pensar que el contenido del libro hubiese sido objeto de discusión en las tertulias de los Inklings mucho antes de llegar a la imprenta, y que su influencia fuese trasladada mitopoéticamente por Tolkien a esta escena como un concepto sobradamente remansado.
[8] Cfr J.R.R. Tolkien, El retorno de la Sombra. Barcelona: Minotauro 1993, pp. 21-289.
[9] De todos modos, no seré yo quien aventure una cronología precisa para algo que, en definitiva, se desarrolla como el proceso de maduración interior de ideas escritas y reescritas mil veces, del papel de la sinuosa y volátil inspiración, y de múltiples decisiones tomadas en ocasiones a regañadientes. La tarea de escribir, cuando es verdadera, radical, no puede ser reducida a cronogramas.
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Pies de foto: Vita Sackville-West y Virginia Woolf; un rincón de los jardines de Knole House; algunas cucharillas de plata (no son de Bolsón Cerrado, pero datan de la época de Jorge III, nada menos); y Lobelia Sackville-Baggins encarnada por Erin Banks en The Hobbit (Peter Jackson, 2012-2014).