La Caída de Gondolin fue el primero de los
relatos de la Primera Edad escritos por John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973),
muy probablemente durante el período de recuperación al que le obligó la fiebre
contraída en las trincheras del Somme; una afección cuyas consecuencias le
acompañarían el resto de su vida. Se trata del primer poema sinfónico de la
mitología que quería dedicar a su país, Inglaterra. Esa versión primordial de
la historia es la única que ha llegado a nosotros completa, y fue publicada en
el segundo volumen de El Libro de los Cuentos Perdidos. Una versión
comprimida fue escrita entre 1926 y 1930 para que armonizase con el
entonces muy cambiado Quenta Silmarillion.
En 1951 Tolkien comenzó a trabajar en un relato completamente remodelado, que llega a un abrupto final, y que Christopher Tolkien, albacea literario de su padre, incluiría en la publicación de Los Cuentos Inconclusos. Como fue tristemente habitual, se trata de otro relato inacabado, en el sentido de que el autor nunca dio por definitivo o terminado el resultado que llegaría a las imprentas. Christopher ha extraído la historia de La Caída de Gondolin de la mitología en que estaba entretejida, y ha narrado la historia siguiendo con la mayor fidelidad posible la mente de su padre, con la intención de ilustrar una parte del proceso a través del que este «Gran Relato» evolucionó a lo largo de varias décadas.
En 1951 Tolkien comenzó a trabajar en un relato completamente remodelado, que llega a un abrupto final, y que Christopher Tolkien, albacea literario de su padre, incluiría en la publicación de Los Cuentos Inconclusos. Como fue tristemente habitual, se trata de otro relato inacabado, en el sentido de que el autor nunca dio por definitivo o terminado el resultado que llegaría a las imprentas. Christopher ha extraído la historia de La Caída de Gondolin de la mitología en que estaba entretejida, y ha narrado la historia siguiendo con la mayor fidelidad posible la mente de su padre, con la intención de ilustrar una parte del proceso a través del que este «Gran Relato» evolucionó a lo largo de varias décadas.
En esta obra chocan dos de los
principales poderes del mundo. Por un lado está Morgoth, que encarna un enorme
poder vengativo ejercido desde su fortaleza en Angband. Contra él se alza como
su némesis Ulmo, el segundo en la jerarquía de poder de los Valar, seres
espirituales creados por Eru, el Único. Trabaja secretamente en la Tierra Media
para apoyar a los Noldor, el grupo de elfos entre quienes vivían los hombres
Húrin y Túrin Turambar.
En el centro de este conflicto se encuentra la ciudad de Gondolin,
hermosa y remota, escondida más allá de toda posibilidad de ser descubierta,
que había sido construida y habitada por elfos Noldor que se rebelaron contra
los poderes divinos y huyeron desde Valinor a la Tierra Media. Turgon, el rey
de Gondolin, es el principal objeto tanto del odio como del miedo de Morgoth,
que trata en vano de descubrir la ciudad, escondida por arte de una literal
magia. En este mundo entra Tuor, primo de Túrin, como instrumento para hacer
cumplir los planes de Ulmo. Guiado por él desde la invisibilidad, Tuor parte de
la tierra donde nació y emprende un peligroso viaje en busca de Gondolin.
En uno de los momentos más
fascinantes de la historia de la Tierra Media, Ulmo se persona ante él,
emergiendo del mar en medio de una tormenta. En Gondolin Tuor crece en edad y
sabiduría, se casa con Idril, y conciben a su hijo Eärendel. Hay en esta
secuencia espaciotemporal una promesa de la redención interna, peculiar de un
universo en el que el Creador no se ha revelado, ni encarnado, ni ha redimido a
sus criaturas, pero que cuida de ellas por medio de una callada y oculta
providencia a través de sus causas segundas. Tuor y su destino catalizan
una incertidumbre que sólo será resuelta miles de años después, mostrando una
vez más el modo en que los relatos míticos de Tolkien se entretejen de una
manera misteriosa hasta el asombro.
Una obra de tal fuerza fue
concebida, sin embargo, en remotos rincones de la mente y la inspiración, en
los telares del alma, a partir del aliento filológico que está en la raíz de
toda la invención tolkieniana: los idiomas y su evolución milenaria, y las
diversas culturas que conviven en una cartografía compleja y fascinante.
Pero tiene esta obra también algo de despedida final, una especie
de cierre del círculo, de esa estructura anular que parece asociada de manera
intrínseca a la percepción general sobre Tolkien y su obra. Christopher
Tolkien, sin duda la máxima autoridad en la hermenéutica de Beleriand y la
Tierra Media, dedica el prólogo a explicar las razones de este último jalón
editorial. Desde 1977, año en que publicó The Silmarillion,
Christopher ha dedicado lo mejor de sus esfuerzos a editar y comentar los miles
de páginas elaboradas por su padre a lo largo de sesenta años, buceando entre
versiones distintas, en prosa y verso, de relatos mitológicos y épicos, de
poemas y obras ensayísticas, de canciones e innumerables elaboraciones
idiomáticas. La caída de Gondolin es, desde esta perspectiva,
también una obra casi póstuma del propio Christopher Tolkien, el último jalón
de un hermoso legado, ante cuya lectura el lector habitual de este universo
mítico probablemente no pueda evitar cierta sensación de nostalgia y despedida;
una impresión que parece la marca registrada de cuanto alumbró la pluma de
Tolkien.
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Ilustraciones: 1. Cubierta de la
edición en español, Alan Lee. 2. La llegada de Tuor a Gondolin, Ted Nasmith. 3. Ulmo y Tuor, John Howe. 4. Anagrama de J.R.R. Tolkien.
La síntesis argumental está tomada, con ligeras variaciones, de la nota de prensa distribuida por Minotauro.
La síntesis argumental está tomada, con ligeras variaciones, de la nota de prensa distribuida por Minotauro.