Noche del lunes 2 de enero de
2023. Monday Night Football. Juegan los Cincinnati Bengals contra los Buffalo
Bills. Durante el primer cuarto se produce un brutal choque entre dos jugadores
rivales, a resultas del cual el safety Damar Hamlin cae al suelo, inerte como un
fardo. Se teme lo peor. El equipo médico corre en su auxilio, y la actuación inmediata de uno de los preparadores físicos del equipo, Denny Kellington, que le realiza
una reanimación cardiopulmonar, permite —según se llega a saber después— que el
jugador llegue vivo al hospital. Aunque en estado crítico, parece ser que esa acción ha sido clave para salvar la vida de Hamlin.
Durante los días siguientes los
médicos emiten comunicados que resultan, poco a poco,
más y más esperanzadores. A través de las redes sociales se propaga una cadena
de oraciones y solidaridad con el jugador, su familia y el equipo. También con Tee
Higgins, wide receiver de los Bengals, a quien los estúpidos de siempre
culpan —desde el anonimato de siempre también— de haber causado el incidente al
chocar contra el defensor y, por tanto, de ser el responsable potencial de la muerte
de Hamlin, caso de producirse el terrible desenlace.
Bien. Hasta aquí los hechos.
A medida que han ido pasando
los días, y de manera paralela a la mejoría inopinada del estado de salud del
jugador de los Bills, ha crecido esa morbosa manía de escarbar en la actualidad
para saciar la macabra sed de novedades ante las malas noticias, consumadas o
no. Los medios informativos estadounidenses han desplegado la habitual
cobertura omnipresente, con ese peculiar tipo de horror vacui tan característico
del periodismo de tinte más o menos sensacionalista.
Es entonces cuando Denny
Kellington comienza a ser tildado de “héroe” por los medios deportivos de su
país, desde ESPN hasta la última cadena local. Es un héroe por haber salvado la
vida de Hamlin. Es un héroe por haber mantenido la cabeza fría y haber actuado
con rapidez. Es un héroe por haber hecho su trabajo bien y con diligencia.
Durante los momentos más duros
de la pandemia tuvimos ocasión de ver este comportamiento colectivo, acrítico,
que tildaba de heroico el trabajo de los profesionales de la salud. Lo hemos
visto con los bomberos y con la policía. Lo vemos y lo veremos ante personas que hacen lo que tienen que hacer.
Sin embargo, al menos yo no
los considero héroes por el hecho de realizar su trabajo. Lo verdaderamente
heroico sucede en el ámbito de lo puntual, de la ocasión del todo excepcional. Para el que hace de manera habitual su trabajo de un modo
excelente, el heroísmo no es tal: se trata tan solo del cumplimiento leal,
honrado y diligente (del latín diligere, amar) de la obligación que uno
ha escogido como forma de vida y de servicio a los demás. No es un héroe el
repartidor, ni lo es la maestra; no lo son el juez ni tampoco el panadero, la
médico, el obrero o la estudiante que se esfuerzan por dar lo mejor de sí. No
son héroes los padres que viven su vida como tales: son personas normales asumiendo con responsabilidad las consecuencias de sus
elecciones.
No sé si necesitamos héroes
para estos tiempos romos, grises y desesperanzados. Es posible. O quizá ya no somos
capaces de llamar por su nombre a lo que es —o debería ser— normal; es decir,
adecuado a la norma. Para mí Denny Kellington no es un héroe. Es,
sencillamente, un estupendo preparador físico capaz de hacer su trabajo en el
momento preciso… con toda precisión. No será su heroísmo lo que asegure su
futuro, sino su contrastada profesionalidad: la normalidad que alcanza el que
hace de su deber un hábito. Sin aspavientos ni alharacas: con esa humildad que, en el
decir de Cervantes, es la única verdad.