Hernán Díaz, Fortuna:
Barcelona, Anagrama 2023 (Trust:
New York, Riverside Books 2022)
Esperaba más de esta obra notable tras haber leído el año pasado A lo lejos, primera novela del autor (In
the distance, 2017). La razón de tal expectativa hundía sus raíces en mi gusto
personal por la narrativa estadounidense contemporánea —la que arranca con
Stephen Crane o Theodore Dreiser—, y en especial por la obra de Cormac McCarthy,
Tobias Wolff, Richard Ford, Michael Bishop, Robert Olmstead o John Williams, entre otros. En la senda de los grandes narradores norteamericanos cuyo abuelo y mentor es Mark Twain, A lo lejos
mostraba, en fondo y forma, una atractiva reinvención del wéstern, subgénero
literario que resurge de manera paralela a los modos renovados en que, aproximadamente a partir de 1990, el cine ha regresado
al territorio de la epopeya norteamericana por antonomasia. La narración en tercera persona era el vehículo preciso para otorgar al texto
una fuerza descomunal, casi arquetípica en lo que se refiere a la delineación
de temas de honda raigambre antropológica.
Fortuna es, pienso, un experimento literario. Debe ser leída como un rompecabezas. La novela está dividida en cuatro bloques, que constituyen la narración de manera
acumulativa: cada parte completa y matiza la anterior como en un sutil juego de espejos, de suerte que en la mente
del lector se va fraguando la visión completa del cuadro que Díaz construye, un
retrato a la vez del microcosmos de los protagonistas, en el marco más general
de la crisis económica de 1929. Como experimento narrativo al estilo de Henry
James, William Faulkner o Wilkie Collins, la novela es consistente, y la narración avanza de
manera eficaz. Está bien construida, aunque creo que hay ciertos desequilibrios
propiciados, sobre todo, por los cambios en la voz narrativa. La narración completa
no se resiente en exceso, pero los cambios de focalización lastran la fuerza
dramática del conjunto.
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De las cuatro partes que
forman la novela me quedo con la primera, una novella por derecho propio
que, en su brevedad, recuerda el tono intimista de esa obra maestra que es Stoner,
de John Williams. Es curioso, aunque revelador, que en esta primera parte la
narración sea desarrollada en tercera persona, quizá el tono que habría otorgado más
fuerza y profundidad a la novela completa.
Pero también es muy posible que yo esté equivocado, y que me esté dando demasiadas ínfulas en esta reseña. Así pues, lector, trust your instinct.